"Yo amé a los extranjeros que a mi patria llegaban en las naves del mar, porque uno de ellos fue mi padre; yo inventé la bandera para que los hijos de la inmigración, como yo, pudieran también amarla; yo amé a los indios, porque ellos eran el primer boceto de la humanidad en nuestra tierra, y ellos me pagaron aquel amor secundándome en las hazañas; yo amé al artesano y al labriego, y por su liberación trabajé desde los días del Consulado; yo respeté a los maestros y fundé escuelas, porque supe que la ignorancia es el antro de toda fatalidad en la historia; yo amé a mis adversarios y abracé a Tristán vencido frente a mi tropa vencedora; yo recogí los muertos de mis batallas en una tumba común, y sobre sus restos puse una cruz de amor en Castañares, confundiendo en un solo manto de la santa tierra a los combatientes de la víspera; yo no odió a España donde me eduqué, sino a sus instituciones injustas, y quise superarlas por un ideal de justicia; yo perdoné a los gobiernos que me degradaron y a las muchedumbres que me desconocieron; yo entré en la lucha sin rencores y cumplí mi deber con resignación; y mi agonía fue serena, porque nunca ambicioné poderes, ni premios, ni honores; yo comprendí desde temprano que los hombres somos juguetes de una voluntad invisible y que servimos mejor al destino supremo de la vida poniendo nuestra carne a quemar, no en el tizón del incendio de mezquinas pasiones, sino en la antorcha de fiesta de más permanentes ideales. La Patria fue para mí una forma perfecta de esta religión de amor, y simbolicé mi propia vida y mi ideal de amor en los suaves colores de mi bandera.
Si hay allá abajo, todavía, gentes que siembran odios, diles, aunque me aclamen, que ellos me han olvidado..."
Escrito por Ricardo Rojas cien años después de la muerte de Manuel Belgrano.
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