jueves, 22 de octubre de 2009

MORALES EL BUENO Y MORALES EL MALO.





MORALES - Por Carlos Girotti (*)

La moral es una cosa seria aunque no unívoca: hay morales y hay morales. No es aceptable que alguien predique con la bragueta abierta, si bien los usos y costumbres en esta materia dan cuenta de ciertos niveles de tolerancia cuando no de acostumbramiento. “Es lo que hay”, se dice, y en esa constatación resignada se oculta una complicidad. Acostumbrarse es definitivamente amoral, pero callarse ante la evidencia del “haz lo que yo digo pero no lo que yo hago” es un boleto sin retorno a la inmoralidad.

Pues bien, este columnista se ausentó del país para concurrir al Encuentro Social Alternativo que, en coincidencia con la conmemoración de los 42 años del fusilamiento de Ernesto Che Guevara en la escuelita de La Higuera , se realizó en Vallegrande, Bolivia. Allí se dieron cita casi todos los movimientos sociales locales, también representantes de diversos países del continente y -digna de destacar por los riesgos que afrontó para concurrir- la delegada del Colectivo Feministas en Acción e integrante del Frente de Resistencia contra el Golpe en Honduras. En un clima de fraternidad y compañerismo –hondamente atravesado por la emoción de visitar la Quebrada del Churo donde el Che librara su anteúltimo combate, la escuelita donde lo asesinaron, la lavandería del hospital vallegrandino en el que exhibieran su cadáver y la fosa común en la que fueran encontrados sus restos- los delegados presentes intercambiaron experiencias y propuestas. Al cabo de tres días, y como conclusión de las elaboraciones colectivas realizadas en talleres y plenarios, un documento aprobado por unanimidad para ser presentado en la reunión de presidentes del ALBA fue leído en el acto de clausura. Más allá de la excepcionalidad del lugar en el que esto aconteció, nada autorizaría a desmerecer eventos similares, a no ser que se reparase en la asistencia de un indio aymara que acompañó la lectura del documento con gesto adusto y concentrado.

Evo Morales, que de él se trata, había llegado desde Cochabamba, en helicóptero y sin custodios, y ese 8 de octubre ya había aterrizado en otros tres departamentos. Conforme hizo pie en el camión que servía de palco, los jóvenes le pusieron una guirnalda de flores al cuello, los viejos lo homenajearon con un chambergo lugareño y tortas de maíz y hasta la representante palestina le entregó la bandera de su pueblo y el pañuelo blanquinegro de la Intifada. Condecorado con ese cariño, y ya puesto a hablar, dijo que sentía que no podía estar ausente, ese día y en ese lugar, a pesar de que todavía debía volver a La Paz para continuar despachando asuntos. Entonces habló del Che, de su gesta, de su ejemplo y, sobre todo, de su vigencia revolucionaria. No hablaba de un Che mítico sino de aquel cuya trascendencia histórica lo proyectaba, en la Bolivia actual, en la fundación del Estado plurinacional, en la emergencia de esa nueva fuerza social cimentada en la confluencia de todas las etnias y culturas ancestrales, en las comunidades campesinas, en las economías familiares microempresariales y artesanales urbanas, en los antiguos y nuevos mineros, en las capas medias destronadas por el neoliberalismo. Fiel a su origen, Evo Morales no demoró en señalar que el legado de Ernesto Guevara se había acrisolado en los movimientos sociales que supieron combatir, primero, en la llamada guerra del agua en la Cochabamba de los regantes y, luego, en la guerra del gas encabezada por los pobladores de El Alto paceño. Ese reconocimiento expreso a los movimientos sociales no sonaba a discurso de ocasión porque, en los peores momentos de la intentona golpista de 2008, Evo Morales supo confiar en ellos como último reaseguro ante la escalada del separatismo fascista. Y así le fue. Sin el concurso activo y protagónico de los movimientos hubiera sido impensable la atinada intervención de la Unasur para cerrarle camino al golpismo. Ya cuando los presidentes suramericanos habían decidido respaldar a Evo Morales, una multitudinaria columna de campesinos, indígenas y habitantes del barrio Plan 3000, avanzaba sobre la ciudad de Santa Cruz que era el epicentro racista de la restauración conservadora y del golpe cívico-prefectural. El repaso lo llevó a recordar la lucha del pueblo hondureño y, dirigiéndose a la representante del Frente de Resistencia, le deseó que ese lugar, Vallegrande, y todo lo que éste significa por el Che para la historia de los pueblos del continente, le sirviera para volver con más fuerza a su patria para derrotar a los gorilas. Fue conmovedor ver y escuchar a Evo Morales, rodeado por su gente, anclado en sus orígenes y confiado en poder realizar todo lo que Bolivia se merece. Nadie lo insultó, nadie lo agredió; al contrario, cuando el helicóptero enfiló en dirección a La Paz , un bosque de banderas y pañuelos despidió con ternura al aymara que es presidente de todas y todos los bolivianos.



Pero ¿a qué viene todo esto? Es que cuando el que aquí escribe regresó a la Argentina , se deparó con una noticia que lo movió a redactar esta nota. El senador Gerardo Morales había sido agredido en Jujuy y no trepidó en acusar a Milagro Sala, referente del Movimiento Túpac Amaru, a los piqueteros K y al mismísimo gobierno nacional, por los incidentes. No es del caso justificar el hecho violento; al fin y al cabo, los hondureños marchan una y otra vez contra la usurpación, en medio de la feroz represión policial y militar, y por toda arma llevan su dignidad como bandera. Pero aquí hay una desmesura. Para el senador Gerardo Morales todo ha sido una confabulación, una intrincada ofensiva contra él, y lo que él representa, cuyos hilos llevan a la Quinta de Olivos o a Balcarce 50. No viene a cuento que Milagro Sala estuviera a 35 kilómetros de los hechos denunciados, ni que sus protagonistas no pertenecieran al Movimiento Túpac Amaru. Lo concreto es que se trataba de piqueteros, gente peligrosa si las hay y máxime cuando, por definición, se los vincula al gobierno nacional. De repente, la sola pertenencia a un movimiento social convierte a sus integrantes y, por extensión, a todo y cualquier movimiento social, en un misil teledirigido por los Kirchner. Al senador Gerardo Morales no le mereció idéntica opinión cuando los tecnocampestres bloqueaban las rutas y desabastecían de alimentos y bienes esenciales a toda la población. Tampoco es posible recordar que el senador Gerardo Morales, habiendo sido Secretario de Desarrollo Social del gobierno de Fernando de la Rúa , se manifestara en solidaridad con los asesinados y reprimidos salvajemente el 19 y 20 de diciembre de 2001. Si al menos desde su gestión en aquella cartera hubiera dispuesto la entrega de subsidios para mitigar la desocupación, el hambre y la marginación de miles de desposeídos, vaya y pase. Pero ni eso. Da la impresión que para el senador Gerardo Morales el tema de los movimientos sociales sólo merece ser tratado desde la óptica de una causa penal y no desde las profundas razones que motivan su existencia.



Una grieta comienza a abrirse en este país y se ve que no es lo mismo hablar de sensibilidad social cuando a alguien le faltan votos y hace y dice lo indecible para cosecharlos. Cada vez va quedando más claro que una cosa es escandalizarse por la pobreza y otra muy distinta es escandalizarse cuando los pobres actúan por sí mismos. Se necesita una misma moral para ambas situaciones. Pero parece que hay morales y hay morales.-




(*) Sociólogo, Conicet

19 de octubre de 2009. NOTA PARA BAE

2 comentarios:

Ester Lina dijo...

Buen texto. Hay un Morales irreprochable. Pero hay otro que fue funcionario de un gobierno, el de Fernando de la Rúa, que ejecutó como una de sus políticas centrales la de la criminalización y represión de la protesta social. Cuando esa gestión acababa de instalarse se produjo la represión a la protesta movilizada en el puente Corrientes-Resistencia, en el que las balas de la Gendarmería provocaron dos muertes. Y el final de la gestión se adelantó en el marco del estado de sitio decretado por De la Rúa, y la terrible represión desatada contra la protesta popular del 19 y 20 de diciembre de 2001 por la que murieron 30 argentinos en todo el país, 5 de ellos en la Ciudad de Buenos Aires. Otra funcionaria de ese gobierno, la entonces ministra de Trabajo Patricia Bullrich, hoy una de las dirigentes más próximas a Carrió, avanzó también en la época en el intento de procesar a los militantes piqueteros, así como lo hizo meses después Vanossi, cuando también se manejaron denuncias de la supuesta existencia de “grupos piqueteros armados” rigurosamente desmentidas después por los hechos.
Saludos

Luis Quijote dijo...

Esta nota está citada como "Texto relacionado" en: Morales; Evo y en Morales; Gerardo.

PD: Dejé respuesta a los comentarios en: La Venezuela de Chávez. En mi opinión, Enrique está en lo cierto.