miércoles, 12 de mayo de 2010

LA DIGNIDAD DE LA PROFESIÓN EN PALABRAS DE ORLANDO BARONE


Orlando Barone: periodista

Fábula del periodista sospechoso

Por Orlando Barone, Periodista


Disculpen: esta es una crónica ombliguista y autorreferencial. Lo siento. Necesito hacer mi modesta catarsis abusando del ofrecimiento de esta página. Soy un periodista en camino de ser un ex periodista y un ex ser vivo, si tienen en cuenta mis setenta y dos años.

Cuando empecé a ejercer este oficio gracias a Adolfo Castelo, mi compadre, era menos bruto y más honesto que ahora. Igual que todos cuando somos adultos y más aún, viejos. La vida no te da sorpresas, te da costos. Aunque uno se ilusiona con haber salido ileso. Una de mis primeras notas en la revista Mercado fue acerca del Kennel Club, sobre perros de raza. Lo exigía la tendencia vip de la publicación y de la época. Fui a entrevistar a las señoras de la entidad y me contaron acerca de un raro perro silencioso. Un perro que no ladraba, que tenía su origen en los faraones egipcios. Era carísimo: costaba como un caballo de pedigrí. Los faraones, para que los perros no alborotaran los pasillos del palacio, les cortaban al nacer las cuerdas vocales. En generaciones posteriores se reprodujeron ya mudos. Era el fin de los años sesenta y unas pocas familias aristocráticas de la Patagonia habían decidido importar esos animales exóticos. Volví a la redacción impresionado y dispuesto a burlarme de semejante banalidad y desmesura y escribí una crónica sardónica. En ella bromeaba acerca de las damas y de los perros. Todavía mi estilo no había sido influido por el marketing ni por lo que podría pensar el lector. Un casi amateur es una hoja al viento hasta que el editor la abrocha con un clip y la hoja aterriza. Entregué la nota y el jefe de redacción después de leerla me dijo: "Está llena de prejuicios. No sirve. A nadie le importa lo que vos pensás acerca de las damas paquetas ni de los perros que no ladran. Escribila de nuevo sin emitir ningún juicio: ni antioligárquico ni antiperro" Lo hice, diligente, y la vi publicada en la tapa, y el editor me palmeó la espalda. Así, obedientemente feliz, entraba al mundo del periodismo. En 1972 en Radio Antártida, en la calle Maipú, trabajan do en el informativo, sonó la chicharra de la máquina de cables. Urgente. El chico auxiliar saca el largo texto que iba brotando de la máquina y me lo trae al escritorio. Yo era el úni co redactor. Enseguida llamo a la casa a, uno de los jefes, quien me dice que no escriba ni difunda ni una línea hasta que él llegue. Me sentí como un náufrago en el mar, a la deriva, que ve la aleta de un tiburón y que lo mejor que puede hacer es no moverse. La noticia empezaba con la siguiente frase: "Trelew. 22 de agosto, 6.45 hs. En un intento de fuga murieron 16 terroristas presos en el penal de la Base Naval .. :: Sin saber por qué llamo a Ernesto Sabato, entonces mi maestro. Le leo angustiado la noticia y del otro lado del teléfono lo oigo que grita "¡ hijos de puta!" y corta. Todos supimos que la Marina los había ametrallado haciéndolos salir de sus celdas. Pero también supimos que la noticia que todos publicaban era que los terroristas, queriéndose fugar, habían atacado a sus guardianes con ese resultado. Lástima, eran más jóvenes que uno. Años después, hacia 1976, colaboraba en el suplemento cultural del diario Clarín. Una noche iba a Caño 14 a entrevistar a Aníbal Troilo. Estaba subiendo al auto del diario junto al fotógrafo cuando de pronto dos secretarios de rango, de la redacción, ordenaron al chofer que los llevara con urgencia a la Casa Rosada. El fotógrafo y yo tuvimos que apretamos en el asiento de adelante. Y los dos nuevos pasajeros se sentaron atrás con la plancha con el diseño y los títulos de la tapa del diario. La que iba a salir al otro día. Todavía era un tiempo de impresión artesanal no tecnológico. Durante el viaje, con curiosidad, yo escuchaba lo que atrás conversaban mis superiores. Así me enteré de que todas las noches llevaban a leer la tapa de Clarín a un despacho militar en la Casa de Gobierno para autorizar su publicación si no veían nada raro. Ellos mismos comentaban que estaba todo bien. Repasaban los títulos en voz alta. Intuían que a los coroneles esa tapa les iba a gustar mucho. A mí lo único que me importaba era Troilo. Terminé la noche con la entrevista que salió publicada al jueves siguiente con mi nombre en letras destacadas. El oficio me parecía maravilloso. Uno aprende. Igual que el animal adiestrado.

Cuanto mejor se porta más asciende. Sin dar me cuenta un día llegué a director en otro medio. Era el diario Extra que primero dirigió Ignacio López. Fue un vespertino de experiencia breve entre 1991 y 92. Un día estando yo afuera del diario se cuela en la tapa una noticia de última hora, en apariencia intrascendente; El encargado de turno de la edición la había puesto de relleno. Creo, porque nunca se sabe. Conspiradores no hay sólo en el Congreso. La noticia contaba acerca de una investígacíón, por sospechas, en los depósitos de la empresa Edcadasa, en Ezeiza. Entre sus lí neas figuraba un tal Alfredo Yabrán como responsable. Al regresar de la calle me llama a su escritorio Eduardo Eurnekian, dueño del diario. "¿Están locos ustedes en poner esa noticia?" Quise dar una explicación de rutina como si no tuviera importancia, ya que se trataba de un escueto relato sin demasiado jugo. Su res puesta breve y tajante fue ésta: "Nunca más publiqués nada de esa empresa. Ni siquiera a favor. Nada, olvídate para siempre" Me pareció normal olvidarme. En este oficio uno se aplica a los olvidos y omisiones. Pero cumplir ese mandato da el beneficio de poder contar cada tanto algo que compensa todo cuanto no puede contarse. Pasaron tantos años de aquellas anécdotas que no sé por qué las escojo entre las trizas de la memoria de mi oficio, que son miles. Podría contar alguna con mérito. En la cual aparezca honorable. Que la cuenten otros. Prefiero arriesgarme a contar una anécdota tan mínima que debería dar vergüenza ante mis hijos y nietos. Que ya bastante tienen en resignarse a que su padre y abuelo sea el "peor" según un tribunal editorial idóneo, superior al de las Madres y aun al del archivo (*). Otro día, en uno de esos trabajos de crónicas para una revista, retraté con ironía a un cuantioso empresario desconocido, dueño de hoteles alojamientos, cementerios privados lujosos y clínicas. En las paredes de su amplio despacho lucía fotos donde lo acompañaban los generales de la dictadura y algunos notables políticos liberales. La democracia comenzaba y lo admití como un dato natural de su rubro y de tiempos recientes. La revista era Siete Días y la nota llevó por título: "El dueño de la vida, el amor y la muerte'. Digno de la revista Gente, donde no tuve la suerte de trabajar aunque Beatriz Sarlo escribió dando por hecho que esa revista forma parte de mi currículum. No es cierto Sarlo. Pero si se trata de elegir editoriales y redacciones tan prestigiosas como Gente, trabajé en dos donde ella está ahora: en Clarín y en La Nación. También si leen mi historia trabajé como vendedor de artículos de peluquería y tuve una fabriquita de champú y spray para mujeres, que ya mayores y si aún tienen pelo sabrán perdonarme. Decía que publicada aquella nota, al cabo de un tiempo llega a mi mesa de redacción una adolescente con uniforme estudiantil y ojos llorosos que me dice: "Soy la hija de ... ( nombra al dueño de la vida, el amor y la muerte) y su nota nos ha hecho sufrir mucho a mí y a nuestra familia. Fui el hazmerreír del colegio. ¿Por qué le hizo eso a mi padre?': Las lágrimas de la chica y la duda acerca de si lucirme con una nota provocadora por la cual me felicitaron justificaba causar esas lágrimas, una alerta que todavía está encendida. Hoy, aquí, hubiera querido escribir sobre periodistas notorios que se sienten vulnerados por no sé qué temibles ataques fascistas. Y hítleríanos. Por suerte sus empresas los defienden y amparan, no como en los tiempos de Rodolfo Walsh cuando los medios delataban y entregaban a sus periodistas buscados por la dictadura. Gracias a aquella alarma encendida opto por no nombrarlos. Los comprendo. Hoy por hoy cada uno tiene su miedito de propiedad privada. Y lo puede andar luciendo sin temor a que le nieguen el hábeas corpus. Esta democracia argentina debe de ser una de las más puteadoras y por eso no hay delito de calumnias e injurias para evitar que las cárceles desborden. Los periodistas nunca como hoy estuvieron tan de parabienes. Sobre todo si son opositores. Y contra un gobierno antipueblo. Por eso este recurso de contar mis insignificancias periodísticas. Imaginen ustedes si contara las significancias. Esto es como una fábula de Esopo, de moraleja abierta.

Por eso cuando veo o leo a un periodista famoso me inclino con fraternidad y respeto. Sé cuánto cuesta serIo. Mientras, si me permiten, me apiado de mí mismo. Pensar que podría haber sido carpintero.

(*) Orlando Barone se refiere al juicio por el cual la revista Noticias de la Editorial Perfil colaboró en designarlo “peor periodista argentino”, en votación realizada entre todos sus colegas. Orlando Barone fue anteriormente columnista de La Nación. Hoy es periodista en Radio del Plata y Televisión Pública, y es acusado permanentemente por no ser “opositor”, como pareciera ser obligatorio en la profesión.

La nota fue publicada en la contratapa de la edición del domingo 2 de mayo de 2010 en Miradas al Sur.

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